Redistribución de las Oportunidades

Redistribución de las Oportunidades
Por Fernando Rodríguez Guzmán



Mucho se habla en los últimos tiempos respecto de la redistribución del ingreso, como una de las fórmulas para lograr una mayor equidad y prosperidad material y que ésta alcance a una inmensa mayoría.  Loable intención sin duda, pero al parecer insuficiente y llena de eventuales contradicciones que a la larga, dificulta el logro del objetivo final.
La verdad es que es preferible, fomentar, incluir, socializar e internalizar el concepto de “redistribución de las oportunidades”, pues a través de ella, se puede aspirar a una forma más justa de lograr no solo una óptima redistribución del ingreso, sino que una mejor calidad de vida, logro de aspiraciones y objetivos en aspectos incluso, de orden social y espiritual.
Lo anterior, implica de alguna manera, dar cuerpo y uso a conceptualizaciones tan recurrentes como la meritocracia, el esfuerzo personal, el estudio y la dedicación responsable a un quehacer de óptima calidad, pero de un modo concreto, palpable y real.
Lo mejor de todo es que la redistribución de las oportunidades sirve y se puede materializar en todas las áreas de desarrollo humano, como el político, económico, social, religioso, etc., pero lleva aparejado y hay que decirlo, terminar con privilegios que algunos segmentos de la población lo tienen como una suerte de derecho adquirido.  No se trata de eliminar éstos, (los derechos adquiridos), sino que por el contrario, hacerse acreedor a base del mérito, el trabajo honesto, la oportunidad de lograr mejores expectativas conforme a un desempeño que lleve una impronta del bien ser, es decir, conductas personales orientadas a elevar las capacidades, talentos y habilidades de cada cual, para que sean éstos y no otros, los factores determinantes para evaluar una excelencia demostrada junto a la necesaria motivación la que debe ser medible en el tiempo, bajo parámetros objetivos, como por ejemplo, el ser puntual, ser honesto, ser ecuánime, ser ordenado, ser meticuloso, ser limpio, ser servicial, ser solidario, ser empeñoso, ser compasivo, ser, en suma, lo que nosotros esperamos de otros, para con nosotros mismos.
Debe, esta redistribución de las oportunidades, implicar el paso siguiente que dice relación con el bien hacer con el objeto de no perder tiempos y recursos siempre escasos, en repetir tareas, actividades y roles, por no realizar desde el principio, las cosas o deberes en buena forma. Significa por tanto, conocer el límite de nuestras capacidades en un momento dado, tener la integridad de resolver que hoy, esto no lo puedo hacer y permitir que sean otros lo que lo desarrollen, sin que ello signifique un menoscabo personal, pues es absolutamente normal no tener todas las habilidades en todo momento, máxime cuando no me he preparado adecuadamente para lo que viene.
Debe, esta redistribución de las oportunidades, dar la posibilidad que otros, con las debidas cualificaciones asuman los roles que se reservan por lo general a los mismos de siempre, aun no teniendo los mínimos talentos y virtudes que deben poseer y que ejercen funciones – en algunos casos – por méritos ajenos y no personales o, en su defecto, se fueron perdiendo a través del tiempo precisamente por la seguridad de una especie de oportunidad vitalicia. Ejemplos de lo anterior sobran y es sabido por todos, tanto en el ámbito público como privado.
En efecto, las leyes de inmovilidad laboral (que, de alguna manera también se da en las esferas privadas), lejos de lograr mejores resultados esperados, producen en muchos casos, desazón y desconfianza en la necesaria meritocracia que debería ser sin lugar a duda, a partir de rúbricas conocidas, el elemento central para redistribuir las oportunidades para quienes se la han forjado para acceder a éstas en forma limpia, transparente, honesta, esforzada y con trabajo demostrado.
Asimismo, vale mencionar, que las llamadas “cuotas de género”, es un atentado contra la redistribución de las oportunidades, pues puede darse el caso que al cumplir con las señaladas cuotas, queden fuera de la oportunidad, valiosas personas que lo son, por causas ajenas a su sexo y que además tienen los méritos suficientes para ejercer con pleno derecho dicha oportunidad.  Lo anterior, es válido para toda persona.
En el fondo, el sexo de una persona no debería ser el determinante para acceder a una oportunidad ya que hoy en día, con excepción del sacramento sacerdotal católico, no hay tarea alguna reservada solo para el sexo masculino.  La mujer está capacitada para desarrollar cualquier función y lo hace de forma excepcional, en la inmensa mayoría de los casos.
En el plano político, esta propuesta de redistribución de las oportunidades, recobra un mayor sentido, pues no es sano ni conveniente desde ningún punto de vista, que altos porcentajes de personas que ejercen la representación popular, en las importantes tareas de administración del Estado, ya sea desde el Ejecutivo o, especialmente desde el Poder Legislativo, sean por años los mismos de siempre, sin que exista un relevo de actores, con las eventuales negativas consecuencias, como puede ser, por citar un solo ejemplo, la corrupción.
La redistribución de oportunidades puede lograr subsidiariamente, incluso solución – al menos en parte – a otros males que afectan a la sociedad, como por ejemplo la delincuencia, toda vez que ésta, entre otros factores tiene su caldo de cultivo, no tanto en la mala redistribución del ingreso, sino que por la igual o mayormente mala, redistribución de las oportunidades. En efecto, “el ideal del individuo depende de la estructura de la sociedad” (Martuccelli, D., & Santiago, J., 2017, pág. 49 “El desafío sociológico hoy: individuo y retos sociales”. Ed. CIS), y de allí la importancia de lograr una estructura social, que otorgue las oportunidades por igual a los individuos en base a sus méritos personales y no a cuotas de poder u otros parámetros normalmente en las mismas manos de siempre.

Comentarios