Republicanismo y Patriotismo.
Republicanismo y Patriotismo.
Por Profesor Juan Carlos Aguilera Pérez
Quién haya leído, el breve, pero profundo intercambio epistolar, a pocos días de acaecido el combate naval de Iquique, entre Manuel Grau y Carmela Carvajal viuda de Prat. No puede menos que admirarse.
“En el combate naval del 21 próximo pasado……, escribe Grau, su digno y valeroso esposo, el Capitán de Fragata don Arturo Prat, Comandante de “La Esmeralda”, fue, como usted no lo ignorará ya, víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su Patria.” Y, la viuda de Prat responde: “cuando aún palpitan los recuerdos de Iquique, de asociarse a mi duelo y de poner muy en alto el nombre y la conducta de mi esposo en esa jornada, y que tiene aún el raro valor de desprenderse de un valioso trofeo poniendo en mis manos una espada que ha cobrado un precio extraordinario por el hecho mismo de no haber sido jamás rendida…”.
En cierto sentido, la actitud de ambos escribanos y la de Prat, reflejan de manera vital, en qué consiste el patriotismo, el amor a la Patria. La expresión Patria, en palabras de san Juan Pablo II, -que desarrolla en un texto siempre actual, Memoria e identidad-, se relaciona con el concepto y la realidad de “padre”.
La Patria es en cierto sentido, lo mismo que el patrimonio, es decir, el conjunto de bienes materiales y espirituales que hemos recibido como herencia de nuestros antepasados. Es significativo que en este contexto se hable de Madre Patria. Y es que todos sabemos por experiencia propia, hasta qué punto la herencia espiritual se transmite a través de las madres. Quizás por ello, el embate contemporáneo a la mujer y su feminidad, desde ciertas ideologías antihumanas, sea tan persistentes, incluso violento. Como si estuviera intencionalmente empeñado en desvitalizar las raíces nutricias de nuestra cultura. Impidiendo que florezca y se haga realidad, lo que se ha denominado el “genio femenino”.
Así entendida, la patria es la herencia de bienes espirituales y materiales, incluyendo también el territorio, que integran la cultura. También puede decirse, siguiendo al maestro Rafael Alvira, que la patria es el conjunto de saber que nos han dejado nuestros antecesores. Eso quiere decir que la Patria constituye, también, el vínculo que une y relaciona a la sociedad con el pasado, pero no el anquilosamiento inmovilista, una especie de tradicionalismo mortecino. No, en la medida que la Patria es, herencia, legado. Significa que puede ser recibido, aceptado. Y, al mismo tiempo, ampliado y disponible para ser entregado, donado, a las nuevas generaciones. En la medida que la Patria nos vincula con el pasado, al recibirla, profundizarla y ampliarla se dispone para el futuro. Por eso la Patria no es nostalgia, es amor, o sea lo que permanece, lo de siempre, pero de una manera nueva, original. Pues, la originalidad brota de estar enraizada en el origen. En este sentido, es posible entender que la Patria, en cuanto vínculo con el pasado, permite una identidad moral y política que dispone para el futuro, entendido como nación.
Sin embargo, puede ocurrir que la herencia en que consiste la Patria, sea rechazada. Rechazar la herencia o riqueza, muestra la ambigüedad de la Patria. Y, en este sentido, se confirma uno de los síntomas característicos de la decadencia de las culturas y aún civilizaciones. El cual es consecuencia del rechazo del patrimonio y del ethos heredado. Así ocurrió con Grecia y Roma, así también, está ocurriendo, al parecer, en estos nuestros tiempos secularizantes y posmodernos.
Ahora bien, en la medida que todos nos sintamos depositarios de una herencia común, la patria se convierte en un modo o forma de unificación de la sociedad. Ciertamente, la patria unifica y pone las bases primarias y fundamentales a la sociedad para su organización y posterior permanencia. En un sentido más estricto, la Patria es lo que hemos heredado de nuestros padres y madres en la tierra. No obstante, hay que advertir que el vocablo Patria, no solo se queda en el ámbito del mundo, de lo temporal. También se usa la expresión en un sentido trascendente, con indudable carga evangélica, cuando nos referirnos a la Patria eterna o celestial. De algún modo, la Patria temporal, es la antesala de la Patria eterna. Así, es posible comprender y explicar muchos de los sacrificios heroicos de millones de personas por la Patria temporal, pero con la mirada puesta en la patria eterna. Algo así, como el ser terreno y celeste del que hablaba Platón. El ánthropos, para los antiguos, aná-tra-ops, el que mira hacia lo alto.
No es irrelevante advertir la relación que existe entre Dios, los Padres y la Patria. Tal relación, se puede ver con claridad, en la llamada virtud de la piedad. La piedad, por cierto, no tiene que ver con esa forma desdeñosa para referirse a cierta gente “piadosa”. Tampoco, con esa canción, en la que el protagonista pide “que lo odien sin piedad”. No, la piedad, como enseña el sabio y querido maestro Josef Pieper, implica la existencia de una deuda que excluye por naturaleza, la posibilidad de su total satisfacción. Así ocurre con la relación en que se encuentra el hombre respecto de sus progenitores: “no es posible dar a los padres una compensación equivalente a la deuda que tenemos contraída con ellos; por eso la piedad se vincula a la justicia”. Solo el justo, afanoso de imponer por doquier el equilibrio de la piedad no solo se vincula con la relación del hombre con sus padres, sino también su relación con la patria. “A quién más debe el hombre después de Dios, es a sus Padres y a la Patria”, de donde se sigue que, así como rendir culto a Dios pertenece a la religión…así también corresponde a la piedad el rendir culto a los Padres y a la Patria. El amor a la Patria, el patriotismo, es entendido, entonces, como una parte de la virtud de la piedad.
¿En qué consiste esa deuda, impagable? Pensemos, nos dice Pieper, en el idioma, con la inagotable sabiduría que este entraña; pensemos en las costumbres que nos hacen más humanos; pensemos en el margen de seguridad que proporciona el orden jurídico. En la participación en la música, la poesía y las artes plásticas, como irreemplazables posibilidades de establecer contacto con el corazón del universo; pensemos en la participación en cuanto en general se entiende o puede entenderse por el “bien común” de un pueblo….Aun así, dice Pieper, nos resulta difícil, hacernos a la idea de que el “rendir culto a la Patria” cultum exhibere patriae, debe figurar a título de pieza obligada en la imagen del hombre verdaderamente humano.
Tal visión de la Patria, se aleja de manera radical de la que sostiene, por ejemplo: V.I. Lenin. Quién en el texto La revolución proletaria y el renegado Kautsky, sostiene que “si un alemán del tiempo de Guillermo o un francés de tiempo de Clemenceau dice: tengo, como socialista, el derecho y el deber de defender mi patria si el enemigo la invade, no razona como socialista, como internacionalista, como proletariado revolucionario, sino como pequeño burgués nacionalista. Porque en este razonamiento desaparece la lucha revolucionaria de clase del obrero contra el capital, desaparece la apreciación de toda la guerra en su conjunto, desde el punto de vista de la burguesía mundial y del proletariado mundial, es decir, desaparece el internacionalismo no queda sino un nacionalismo miserable e inveterado”. Aunque la sentencia de Lenin, es mucho más fuerte y severa, respecto de quienes osen defender la Patria. Veamos, “el francés, alemán o italiano que dice: el socialismo condena la violencia ejercida contra las naciones, y por esto yo me defiendo contra el enemigo que invade mi país; traiciona al socialismo y al internacionalismo”. Hasta aquí el sanguinario Lenin, quien no merece mayores comentarios.
Cicerón, el último romano, en el texto De República contrasta de manera definitiva con Lenin, ya que defiende el ideal de dar la vida “por la Patria y servirla correspondiendo a todo lo que de ella hemos recibido”. Pero tal ideal, tiene sus límites. El mismo Cicerón, en otro texto ya clásico y que conviene leer a los hombres postmodernos: De officiis, expresa, “hay acciones, algunas tan degradantes y otras tan criminales, que ningún sabio las realizaría, ni siquiera para salvar a su patria”. No todo está permitido, en la medida que el carácter social del hombre, en cuanto se perfecciona, realizando acciones que van configurándole a sí mismo y a la sociedad. Tales acciones son radicalmente éticas, perfeccionadoras o no de la persona y de la sociedad. Por eso, no todo lo que se puede hacer, se debe hacer. Para un auténtico republicano, el fin no justifica los medios.
¿Pero, y el patriotismo? ¿Cómo podemos concebirlo en términos republicanos? La pregunta viene a cuento debido a que existen, diferentes formas de entender el patriotismo. Lo que no es una cuestión de estudiosos debido a que subyace en tales concepciones una idea de hombre y de sociedad, asunto que no es trivial, a la hora de vivir. Hay un llamado patriotismo constitucional, (Verfassungspatriotismus), introducido en 1979 por el politólogo Dolí Sternberger cuyo representante más sobresaliente es el filósofo Jünger Habermas. Los llamados comunitaristas, Aldairs McIntyre y Charles Taylor, representan al denominado patriotismo fuerte. Primoratz comenta en la voz Patriotism que la postura de MacIntyre sería la de un patriotismo robusto. Criticado por otros autores que, en cambio, han propuesto un patriotismo moderado, como St. Nathanson. Ya advertimos que la corriente marxista, rechaza el patriotismo. Maurizio Viroli, uno de los estudiosos de mayor renombre acerca del patriotismo republicano, en el texto, For love of country: An Essay On Patriotism and Nationalism en el que realiza una reconstrucción histórica de los términos patriotismo y nacionalismo recuerda que el mismo Montesquieu en El espíritu de las Leyes cuando usa el término vertue politique, virtud política, no es virtud moral o cristiana. Por virtud él quiere decir amor a la Patria, y “amor a la patria, c’est-a-dire, amour d l’egalite”; amor a la igualdad que se posee en la república libre donde todos los ciudadanos son iguales ante la ley y poseen los mismos derechos políticos.
El mismo Viroli, refiere que en L’Encyclopedie, la biblia de los revolucionarios franceses, en el artículo “Patrie”, dice: “Patrie no significa el lugar donde nacimos. Quiere decir Estado libre (état libre), del cual somos miembros y cuyas leyes protegen nuestra libertad”. Para J.J.Rousseau, en el atardecer de su vida, nos recuerda Viroli, que renunció a sus derechos de ciudadano de Ginebra luego de haber sido prohibido por las autoridades el Emilio, que como bien sabemos, consiste en el tratado de la educación del filósofo ginebrino. Pues bien, en una carta en la que dio a conocer las razones de haber renunciado a sus derechos de ciudadano, plantea de manera nítida de cómo concebía el patriotismo: “No son los muros de la ciudad, ni los hombres los que hacen la patria, la patrie. Ce sont les lois”. Son las leyes, la constitución, el gobierno, y la relación entre el Estado y el individuo las que conforman la patria, es decir, principalmente, categorías y cualidades de naturaleza política.
La postura respecto del patriotismo que intentamos desarrollar, no se corresponde con las propuestas de los autores citados. El patriotismo, tal como lo entendemos aquí, es uno de los aspectos fundamentales del republicanismo, junto con la austeridad de vida, la comunidad como acción ética, la prevalencia de lo público respecto de lo privado, el valor de la palabra. Tales aspectos son articulados, por el principio ordenador que considera, afirma y declara: El hombre es un ser social por naturaleza.
Y, aunque no es el propósito, ni el lugar para desarrollar de manera exhaustiva las diferencias, la clave antropológica, gnoseológica y política de lo distinto, resulta de entender qué si bien la razón tiene una vocación universal, también es necesario que esté situada. O sea, que lo particular no es desprecio a lo universal, más bien son complementarios. Lo que es distinto decir, particularismo cerrado y cosmopolitismo abstracto. Representativos, a mi juicio, del nacionalismo fanático y liberalismo desarraigado e impersonal.
Pues bien, patriotismo, siguiendo a uno de los mejores hombres que vivió en el pasado siglo, significa amar todo lo que es patrio: su historia, sus tradiciones, la lengua y su misma configuración geográfica. Un amor, continua, nuestro autor, que abarca también las obras de los compatriotas y los frutos de su genio. Cualquier amenaza al gran bien de la Patria se convierte en una ocasión para sacrificar este amor. La Patria es un bien común de todos los ciudadanos y, como tal, también un gran deber.
Por eso, el individualismo liberal, el excesivo interés por lo privado como exclusivo, el confort y la comodidad, provocan efectos devastadores a la sociedad y a la Patria. Con el consiguiente peligro para las generaciones futuras de no heredar ciertas seguridades primarias y fundamentales, a partir de las cuales, puedan ejercer de manera segura la libertad creativa. El patriotismo, entonces, es una forma de amor que incluye, ciertamente, el sentimiento patrio. Pero los sentimientos, no definen de manera clara y serena el patriotismo. Y, ello es así, por la condición de los sentimientos, que van y vienen, nunca permanecen. Pueden desaparecer y de pronto brotar de manera salvaje, sin que hayan sido convocados, aparecen, sin más. Pueden durar, pero no por mucho tiempo. El amor, en cambio, sitúa a la persona, le permite pensar de manera razonable y disfruta mejor lo heredado, la Patria.
Desde luego, el amor a la Patria, la virtud del patriotismo, va acompañada del sentimiento, no podría ser de otra manera. Quién no experimente sentimientos o es un enfermo, o no es humano. Asunto distinto es si actuamos por sentimientos o con sentimientos.
Hay un aspecto del patriotismo que merece la pena ser destacado. Para Lenin, en cuanto representante de las “ideologías del mal”, que confunde la patria con el nacionalismo. Habría que contestarle que el patriotismo, en cuanto amor a la Patria, “reconoce a todas las otras naciones los mismos derechos que reclamamos para la propia y por tanto, es una forma de amor social ordenado”. Desde esta perspectiva, el patriotismo, puede enmarcarse dentro de lo que el republicanismo promueve y reconoce como el espíritu que anima la vida de la sociedad: la amistad cívica.
Por eso el patriotismo, rechaza, las “borrascas de odio”, propias de las ideologías que desprecian a la persona humana.
En este sentido, Ana Marta González ha puesto de manifiesto que lo que “proporciona la moral del patriotismo, en el mejor de los casos, es un concepto y una justificación clara de los vínculos y lealtades particulares que constituyen una buena parte del contenido de la vida moral. Y lo hace destacando la importancia moral que tiene el hecho de que los diferentes miembros de un grupo reconozcan que comparten una historia. En efecto, cada uno de nosotros entiende su vida en mayor o menor grado como la representación de una narrativa; y dada nuestra relación con otros, hemos de entendernos como personajes de las representaciones de las narrativas que son las vidas de esas otras personas. Es característico, además, que la historia de cada una de nuestras vidas se inserte en la historia de unidades cada vez más extensas. Entiendo la historia de mi vida en la medida en que forma parte de la historia de mi familia, de esta granja, de esta universidad o de este país. Y entiendo la historia de las vidas de los otros individuos que me rodean en la medida en que forma parte de esas otras historias más amplias, de manera que ellos y yo compartimos una suerte común tanto en el resultado de esa historia como en la clase de historia que es y que debe ser: trágica, heroica, cómica” y dramática, añadimos nosotros.
“Una idea central de la moral del patriotismo es que eliminaría y perdería una dimensión básica de la vida moral si no entendiera que la representación de la narrativa de mi vida individual se inserta en la historia de mi país. Pues de no entenderla así, no entenderé lo que debo a los otros o lo que los otros me deben a mí, que crímenes de mi nación estoy obligado a reparar, que beneficios recibidos por mi nación estoy obligado a agradecer. Entender lo que debo y lo que me deben y entender la historia de las comunidades de las que formo parte son, según esta perspectiva, una sola y misma cosa”.
Esta perspectiva moral que está presente en el patriotismo republicano, no es posible hallarla en la moral liberal, abstracta e impersonal, cosmopolita, en cuanto ciudadanos del mundo y que, por consiguiente, no logran arraigar o habitar en lugar alguno de ese mundo montresco e impersonal del liberalismo.
Al escribir acerca del patriotismo, es imposible ignorar al anglosajón, Samuel Johnson, más conocido como Dr. Johnson, quién en 1774, compuso para los votantes de un proceso electoral un escrito que denominó The Patriot. No obstante, el origen del texto. El contenido del mismo, ha trascendido el tiempo. Razón por la cual es interesante conocer, el modo en que concebía el patriotismo. A continuación, recurriremos a dicho escrito, sin hacer las puntualizaciones del mismo, para la agilidad de la lectura. Para Samuel Johnson, el patriotismo, desde una perspectiva política, consiste esencialmente, en la subordinación del político al bien común. Bien común, no común bien. Bien común constituido por una serie de bienes que permiten el desarrollo y ordenarse a la plenitud personal. Tales como: bienestar económico, estabilidad política, progreso cultural y científico, las comunicaciones, la seguridad jurídica, etc.
El Patriota, es el hombre cuya conducta pública -y, privada, añadimos nosotros-, está sometida a un principio único: el amor por su país; quién en su actividad parlamentaria, no alberga esperanzas o temores personales ni aguarda favores o agravios sino que todo lo somete al interés común. El patriotismo, afirma Juan José Sanguinetti, no consiste simplemente en ser un buen ciudadano, que cumple todas las leyes del país, si bien se puede discutir si la ciudadanía, concepto más bien jurídico, lleva consigo la exigencia el patriotismo. Este último implica una dedicación, una devoción y un servicio dispuestos a sacrificios incluso grandes. Patriota, escribe Johnson, es quien siempre está dispuesto a apoyar causas justas y alentar esperanzas razonables en el pueblo, recordándoles sin tregua sus derechos y animándoles a reconocer y prevenir abusos. El patriota verdadero no se dedica a sembrar promesas. Tampoco dar falsas esperanzas para obtener beneficios inmediatos que solo preludian desencanto y disgustos, ni grandes empresas a sabiendas de que las mismas son ineficaces y equivale a engañar. Porque sabe que el futuro no depende de su voluntad y no todas las épocas son propicias al cambio.
Conoce bien los peligros de las facciones y la inconstancia de las multitudes. Por lo que no se compromete con confusas vaguedades a obedecer las exigencias de sus electores. El patriota es consciente de haber sido elegido para promover el bien público y defender a sus electores. El patriota se relaciona principalmente con personas juiciosas, ecuánimes, confiables y virtuosas, su amor al pueblo puede ser considerado racional y honesto. Hasta aquí, las interesantes consideraciones respecto del patriotismo, tal como lo entiende el Dr. Johnson. Visto así, el patriotismo es el mejor antídoto contra el populismo izquierdizante e internacionalista y el liberalismo cosmopolita.
Al examinar las características del patriota, en clave de Samuel Jonhson, si lo entendemos bien. Consisten en una serie de virtudes personales y sociales, tales como la prudencia, magnanimidad, generosidad, veracidad, valentía y humildad. De algún modo, eso implica que el patriotismo en cuanto virtud, va acompañado de otras virtudes tanto personales como sociales, las que se van adquiriendo en el tiempo y configurando un modo de vivir y un ethos en el que se vive.
Así, el patriotismo como virtud, supone un amor efectivo y afectivo con lo que implica de sacrificio y preocupación no de mero cumplimiento formal de las leyes, a la familia en donde uno ha sido criado, a la comunidad real en la que uno está arraigado y en la que normalmente se ha educado. No obstante, en virtud de la disposición del patriotismo por la trascendencia, también es posible adoptar más de una Patria. Porque, al fin y al cabo, todos somos hijos de un mismo Padre. Esta andadura patriótica ha sido algo extensa, conviene por ello, darla por concluida, aunque no cerrada de manera definitiva. Lo hacemos con una cita de Juan José Sanguinetti que resume de manera sencilla y profunda cuanto hemos querido expresar y representar acerca del Patriotismo Republicano: “En definitiva, la virtud de amar a la patria, la tierra en la que hemos nacido y nos hemos educado, es necesaria y va más allá del mero respeto legal al orden social. Es plenamente conciliable con el universalismo, que no es abstracto, porque significa la apertura al bien de cualquier persona y grupo del mundo. Las formas concretas en que se puede vivir el patriotismo son variadas y tienen algo de contextual, porque no todas las agrupaciones sociales tienen las mismas características. No es lo mismo un pueblo, una región, un país pequeño o grande, o una federación. La apertura universal de la persona a todos los demás se concreta y se encarna en las comunidades en las que nos toca vivir. Pero esas comunidades no son absolutas. El servicio a los demás no se agota en sus formas locales, sino que está siempre abierto a todos, es decir, a toda la humanidad.”
Finalmente se puede decir que el amor a la Patria, es decir, el patriotismo queda bien retratado en esa cita de los antiguos: amor meus, pondus meun. Mi amor es mi peso y por ello, implica lucha y sufrimiento, debido que no hay amores más grandes que el amor a Dios, a los padres y a la Patria, que se vive en un ethos compartido, que se ha llamado y deseado desde siempre: vida lograda.
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